viernes, 19 de diciembre de 2014

Dios con Nosotros




Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Isaías 7: 14

Esta profesía fue dada por Isaías unos 700 años antes del nacimiento de Jesús. Es la profesía que anuncia el milagroso advenimiento de Nuestro Señor al mundo en carne viva.

La más profunda revelación que tiene repercusión para los hijos de Dios a través de la historia es que este infante que nacerá de la virgen es el Gran Emmanuel…El Dios con Nosotros.

Con su nacimiento, Jesús se convierte en el Dios presente. Jesús es la Persona Divina que, en carne y hueso, es verdadero Dios y verdadero hombre. Es el que había sido anunciado y el que viene para cumplir la promesa de salvación. Por su sangre somos lavados y por su muerte somos perdonados. Es el único cordero perfecto cuyo sacrificio paga nuestras deudas y nos deja limpios para poder un día entrar en la presencia del Todopoderoso. Es aquél quien resucita para darnos la esperanza de vida eterna y quién al ascender al cielo nos deja al Espíritu Santo para que su presencia sea permanente dentro de nuestras almas. Es aquél quién viene para edificar el templo dentro de sus escogidos, donde vivirá por siempre con nosotros, Emmanuel.

Ese es el regalo, el primer regalo de Navidad…el único regalo que importa.

Dios hecho hombre, habitando entre nosotros, dándonos el regalo de su presencia…ese es el verdadero sentido de la Navidad.

En medio de nuestros problemas terrenales, de nuestras preocupaciones, de nuestra soledad, de nuestra enfermedad, de nuestra ansiedad y de nuestro sentido de pérdida…Emmanuel! Emmanuel! Dios con Nosotros! Amen!



jueves, 18 de diciembre de 2014

Profesías del Nacimiento de Cristo


Pero tú, Belén (Casa del Pan) Efrata,
Aunque eres pequeña entre las familias de Judá,
De ti Me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel.
Y sus orígenes son desde tiempos antiguos,
Desde los días de la eternidad. Miqueas 5: 2

Siendo alguien quien nació en una pequeña ciudad en medio de una de las pequeñas naciones centroamericanas, me siento identificada con este pasaje. Me identifico con esta porción de la historia del nacimiento de Cristo sobre todo cuando pienso en mi tierra natal de la forma que la misma era en el pasado, cuando yo crecía allí. En aquel entonces, mi patria chica era más bien un pueblo adormilado en el cual no mucho acontecía. Era el tipo de lugar tranquilo, en el cual todos conocían el nombre de todos. Solo había que mencionar un apellido y ya se sabía exactamente no solo la familia sino el domicilio de los miembros de la misma. Salvo unas cuantas festividades al año, mi pueblo de origen era el lugar ideal para vivir una vida sencilla, en medio de la paz que trae consigo el anonimato.

Hoy, sin embargo, la historia es completamente distinta. Mi terruño está sorprendiendo a la nación entera, sobrepasando las expectativas de todos y convirtiéndose en centro de operaciones comerciales y de comunicación. Grandes cosas suceden hoy en el que un día fue un lugar más bien insignificante en el gran marco universal. Igual que Belén…el pequeñito pueblo de Belén…el insignificante Belén, del cual nadie nunca pensó nada bueno podría surgir, se convirtió en el lugar escogido por Dios para que fuera el escenario donde el acontecimiento más transcendental de la humanidad sucediera: la cuna del Dios Encarnado.

¿No es esta acaso otra muestra de cómo El Todopoderoso utiliza lo ordinario, lo que el mundo no valora, para desenvolver lo más profundamente extraordinario y valioso?

Belén, La Casa del Pan, convertido por el plan de Dios en la casa que vio nacer al mismo Pan de Vida! (Juan 6: 35) ¡Perfectamente maravilloso!

Cuando nadie prestaba atención, cuando el mundo entero dormía excepto por un grupo de solitarios y desposeídos pastores quienes cuidaban a sus ovejas en los campos adyacentes, el pueblo natal del Rey David se convirtió en el pueblo natal del Rey de Reyes!

Es el gran giro divino, tal y como Nuestro Dios gusta de realizarlos: El Señor de los Señores encuentra su cuna entre los desvalidos.

Grandes milagros suceden cuando y donde menos nos los imaginamos. 

miércoles, 17 de diciembre de 2014

La Plenitud del Tiempo



Aconteció en aquellos días que salió un edicto de César Augusto, para que se hiciera un censo de todo el mundo habitado (el Imperio Romano). Este fue el primer censo que se levantó cuando Cirenio era gobernador de Siria. Todos se dirigían a inscribirse en el censo, cada uno a su ciudad. También José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén (Casa del Pan), por ser él de la casa y de la familia de David, para inscribirse junto con María, comprometida para casarse con él, la cual estaba encinta. 
(Lucas 2: 1-5, La Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy)

¿No les parece maravilloso cuan organizado es Dios? Su divina atención a los más mínimos detalles se revela en su grandioso sentido del orden. Solo basta con mirar a toda su creación. Admirados apreciamos como cada elemento tiene su lugar. Sin embargo, la manera en la que se desenvuelve su plan también refleja algo más…el desarrollo del plan de Nuestro Señor generalmente nos muestra su insaciable sentido por lo inesperado. El elemento sorpresa en sus elaborados diseños de vida es un factor que nunca falta en el guion de la historia que Él tan cuidadosamente prepara para cada uno de sus hijos.

Nuestro Dios ama las historias. Y lo más fascinante es que sus historias son muchísimo más intrigantes y complicadas que cualquiera que haya sido creada por los más grandes genios literarios de nuestro mundo.

Al acercase la Navidad, leemos el pasaje anterior en el que Lucas nos narra la historia del nacimiento de Jesús. En este detalle inicial de la más transcendental historia jamás narrada, vemos la afinidad de Dios por lo teátrico. Él no tenía que hacer el nacimiento de Cristo tan complicado. Él bien pudo haber colocado a María y a José ya en aquél pequeño pueblo de Belén para que Jesús cumpliera la profecía del Viejo Testamento hablada por Miqueas, capítulo 5 versículo 2:

Pero tú, Belén (Casa del Pan) Efrata,
Aunque eres pequeña entre las familias de Judá,
De ti Me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel.
Y sus orígenes son desde tiempos antiguos,
Desde los días de la eternidad.

No, eso habría sido demasiado fácil para Nuestro Dios. En vez, los planes de Nuestro Señor fueron inmensamente más interesantes que eso. Un Censo…una herramienta un tanto política fue la que Nuestro Señor escogió para cumplir la Santa Profecía y propósito cuando llegó la plenitud del tiempo…(Gálatas 4: 4)

¿No es acaso ésta la forma en que Dios desarrolla su plan para nosotros también? ¿No se siente a veces, a menudo más bien, como si la vida no es más que un gigantesco laberinto? La vida es realmente un inmenso rompecabezas el cual no nos es posible ni siquiera poder empezar a armar por nosotros mismos, pero apenas llega el momento preciso…Él comienza a colocar las piezas en su lugar perfectamente mientras nosotros nos quedamos atónitamente contemplando como cada pequeña y aparentemente insignificante pieza cabe gloriosamente en su lugar.

Es en realidad sumamente intrincado, pero cuando hablamos del plan de Dios, no hay palabras que parezcan apropiadas para describirlo. Algunas veces Él nos permite descifrar algunos detalles en este lado del paraíso, pero no será sino hasta cuando lleguemos a Él que lograremos entender el sentido de todo. Es en nuestra casa eterna donde encontraremos las respuestas.

¿Cómo luce el plan de Dios para su vida hoy en día, se ve cómo un camino derecho o más bien como un laberinto? ¿Está usted confiando en Nuestro Señor y permitiéndole que lo llene con la paz que solamente Él puede ofrecer de manera que pueda estar tranquilo y saber que Él es Dios (Salmo 46:10)?

lunes, 3 de noviembre de 2014

Viva Panamá!



Sale el sol al son de tambores, trompetas, trombones, marimbas y repicadores. Jóvenes caminan apurados hacia el punto de reunión con sus uniformes bien aplanchados. La banda se alinea, sus miembros todos engalanados. Directores, maestros y maestras dan sus finales instrucciones mientras el público se aglomera en las aceras con cámaras buscando ansiosos los rostros de sus hijos que participan en el desfile. Es tres de noviembre en Panamá. Día de la Independencia, día de fiesta, día de alboroto, día para hacer memorias, día para recordarlas…

Lejos, en la distancia, los recuerdos vienen a mí en avalancha tanto en sueños como despierta. El tres de noviembre es fecha de singular significado no solamente por ser el día más grande en mi patria, sino porque era el día de cumpleaños de mi padre. Dos años hace que no lo celebramos con él aquí en la tierra…dos años hace que se nos fue.

Su presencia, sin embargo, continúa viva en mí. Él fue uno de esos hombres que es imposible olvidar…que es imposible reemplazar. Un Roble fuerte que nos sostuvo seguros bajo la sombra de sus ramas hasta que llegó el día en que la última tormenta l zafó del suelo de raíz.

La tristeza se adormece con el tiempo, pero hoy, en la fría mañana que me saluda separada del algarabío novembrino en mi querido terruño, siento el vacío de la pérdida revivir en mi corazón.

Mi único consuelo es saber que mi padre celebra en el cielo junto al gran amor de su vida, mi querida madre quién también ahora mora en una de esas mansiones que a los que llamamos a Cristo, Señor, nos esperan.

Mientras llegue mi hora, navegaré hacia la aurora de la mano de aquellos que Dios ha puesto a mi lado por ahora…anhelando el día del reencuentro, en ese momento cuando desembarque en esa otra la orilla de la eternidad donde no hay más lágrimas ni tristeza ni despedidas ni dolor ni miedo.

Feliz Día de la Independencia, Panamá y muy feliz cumpleaños, Papá!

martes, 7 de octubre de 2014



Salmo 18:1-6, 16-19

Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy (nblh)

1 “Yo Te amo, SEÑOR, fortaleza mía.”
2 El SEñOR es mi roca, mi baluarte y mi libertador;
Mi Dios, mi roca en quien me refugio;
Mi escudo y el poder de mi salvación, mi altura inexpugnable.
3 Invoco al SEñOR, que es digno de ser alabado,
Y soy salvo de mis enemigos.

4 Los lazos de la muerte me cercaron,
Y los torrentes de iniquidad me atemorizaron.
5 Los lazos del Seol me rodearon;
Las redes de la muerte surgieron ante mí.
6 En mi angustia invoqué al SEñOR,
Y clamé a mi Dios;
Desde Su templo oyó mi voz,
Y mi clamor delante de El llegó a Sus oídos…

16 Extendió la mano desde lo alto y me tomó;
Me sacó de las muchas aguas.
17 Me libró de mi poderoso enemigo,
Y de los que me aborrecían, pues eran más fuertes que yo.
18 Se enfrentaron a mí el día de mi infortunio,
Pero el SEñOR fue mi sostén.
19 También me sacó a un lugar espacioso;
Me rescató, porque se complació en mí.


Este Salmo constituye la perfecta ilustración de por qué Nuestro Dios nos dice una y otra vez en La Sagrada Escritura, “no teman”, mandato repetido más que ningún otro en toda su Santa Palabra. Cuando escuchamos a Nuestro Señor Jesucristo decirnos en Mateo 11, 28 “Vengan a Mí, todos los que están cansados (exhaustos de tanto trabajar) y cargados, y Yo los haré descansar,” lo que El nos está diciendo es, “no teman, Yo estoy con ustedes y Yo soy su Dios.” Lo que nos está diciendo es que cuando el enemigo nos ataca sin piedad, en nuestros momentos de más vulnerabilidad, cuando se nos nubla la visión y no logramos distinguir el camino, y nos tropezamos y nos caemos, necesitamos recordar que solo basta que clamemos a Nuestro Señor, para que Él extienda su mano desde lo alto y nos saque de las aguas turbulentas. En medio de nuestra angustia, Lo invocamos y Él y solamente Él es el único que nos saca del abismo oscuro y nos trae de vuelta a la luz.

Sin embargo, esta gran verdad se opaca frente a nuestra debilidad. Es entonces así que el incansable enemigo se aprovecha de esa debilidad que él conoce tan bien y nos manipula a su antojo. El enemigo de nuestras almas es un mentiroso que enreda la verdad hasta dejarla convertida en una más de sus mentiras con la sola intención de alejarnos de nuestro Padre. El enemigo sabe que nuestras memorias son cortas y pronto olvidamos lo que sabemos. El enemigo sabe bien que al enfrentar momentos difíciles se nos nubla la vista y se nos borra la promesa de que tenemos la victoria garantizada en Cristo, quién es Victoria verdadera. Él sabe que fácilmente nos dejamos llevar por las voces de la decepción y olvidamos que Jesús, Nuestro Señor y Salvador, vive en el corazón de cada uno de los que le pertenecen en la persona del Espíritu Santo, por lo cual, la victoria vive en nosotros. Es esta una verdad indiscutible, pero que se disuelve en nuestra mente al momento de la prueba.

Cuando atravesamos los fuegos de este mundo, rápidamente se evapora lo que sabemos con la certeza de la Palabra del que es por siempre fiel. Somos débiles. Somos humanos. El enemigo, por consiguiente, sigilosamente mantiene la vigilancia y apenas nos ve vulnerables, comienza a apretar todos los botones que él bien sabe nos van a encender la llamarada de la duda, de la desesperación, de la desilusión, de la falta de gozo, de la derrota, de la culpabilidad, de la falta de paz, del miedo. Él juega con los temores que tratamos de esconder en lo profundo de nuestra mente y al momento preciso los saca a relucir para vernos retorcer en la angustia y el terror, mortificados por la vergüenza que nos causa el sentido de culpabilidad que nos aleja de Nuestro Señor.

Lo que se le escapa al enemigo es que con cada prueba se desarrolla la perseverancia y con la perseverancia se desarrolla la disciplina y con la disciplina se crea el hábito del estudio continuo de la Palabra, de tal modo que la misma se vuelve parte de nosotros, se amalgama en nuestro corazón desde donde salta a la mano cada vez que la necesitamos, como la espada de doble filo que nos ayuda en la batalla contra sus ataques.

Es así pues que con cada prueba, cada vez que tropezamos y caemos, en vez de seguir el plan del enemigo, quien sale victorioso cuando, en nuestra hora de necesidad, logra hacernos sentirnos perdidos, fracasados, humillados, imposibilitados de todo perdón o de toda gracia, en vez de darle esa satisfacción, con cada prueba tenemos que recordar el Salmo 18 y clamar a Dios con toda la fortaleza de nuestro espíritu, desde la oscuridad del abismo, desde las profundas aguas que nos ahogan. En vez de alejarnos aún más del Padre Celestial y Todopoderoso, agobiados por el sentido de culpabilidad y vergüenza, tenemos que extender nuestra mano hacia Él, nuestra Roca y tomar refugio en Él, nuestro Redentor, sin importar la circunstancia, tal y como nos hallamos.

Las falsas voces de este mundo siempre estarán con nosotros, riéndose de nosotros, haciéndonos sentir como unos fracasados, diciéndonos que no podemos y que no hay manera que la gracia de Dios sea tan infinita que pueda cubrir nuestra iniquidad. Las ligaduras del valle de la muerte nos rodearán mientras vivamos en esta tierra, de eso no hay duda. Sin embargo, tampoco hay duda de que en nuestra angustia tenemos que recordar que al invocar a Nuestro Dios, Él oye nuestra voz y desde lo alto Él tiende su mano, nos saca de las aguas y nos hace reposar en un lugar espacioso. Aferrémonos a esta verdad. Aferrémonos a La VERDAD. Que El Espíritu Santo nos haga escuchar la voz de la Verdad y nos haga ignorar todas esas otras voces que hablan la falsedad.

viernes, 3 de octubre de 2014



Hoy he estado pensando en primeros pasos…en el principio…al igual que en el libro del Génesis, al inicio de todo solo Dios…y con su luz propia y con el poder de su palabra, se hizo la luz.

Asimismo, vivir nuestra cristiandad en medio de las tinieblas de este mundo es solamente posible a través de la luz y el poder de Cristo. Desde mi punto de vista, tal hazaña es un proceso que está compuesto de pasos. Pero el más importante, sin embargo, es el primero. ¿Cuál es el primer paso para vivir una vida en Cristo? El primer paso es reconocer que necesitamos un Salvador.

Puede que suene simple, pero en la época que nos ha tocado vivir, muchos consideran que la salvación se reduce a una cuenta bancaria repleta y a un buen seguro médico. Muchos niegan la existencia del mundo espiritual o deciden ignorarlo, convencidos de que las buenas obras de caridad son el camino hacia la salvación.

Es importante, sin embargo, recordar que la Biblia nos indica el camino real. Y este primer paso, esta decisión, esta respuesta a la interrogante sobre si necesitamos o no un Salvador está clara en la Sagrada Escritura, especialmente en pasajes como Romanos 3: 23 que dicen, “por cuanto todos pecaron y nadie alcanza la gloria de Dios.”

Vemos aquí entonces que no está dentro de nuestro poder el alcanzar la salvación por nuestros propios medios. Incluso nuestras obras de caridad y buenas acciones no cuentan en realidad para alcanzar la salvación, como lo vemos en Isaías,

¿Acaso podremos alcanzar la salvación? Todos nosotros estamos llenos de impureza; todos nuestros actos de justicia son como un trapo lleno de inmundicia. Todos nosotros somos como hojas caídas; ¡nuestras maldades nos arrastran como el viento! Ya no hay nadie que invoque tu nombre, ni que se despierte y busque tu apoyo. Isaías 64: 5b-6

Como está escrito,
¡No hay ni uno solo que sea justo. Romanos 3: 10



No hay en la tierra nadie tan justo que siempre haga el bien y nunca peque. Eclesiastés 7: 20

Estos versos me hacen pensar en mi hijo menor, Dylan quien está a punto de cumplir nueve años. Dylan está últimamente pasando por una etapa de desobediencia y rebeldía en la cual los términos escuchar y obedecer no forman parte de su vocabulario. Una noche, cuando estábamos orando con él antes de acostarse, conversamos sobre la necesidad de pedirle ayuda a Cristo para poder tener la habilidad de tomar las mejores decisiones todos los días. Hablamos de cómo los cristianos tenemos al Espíritu Santo en nuestro corazón y que Él es nuestro guía quien nos muestra el camino cuando no sabemos qué hacer. Dylan estaba muy acongojado esa noche, y entre sollozos nos replicó: “pero eso no sirve de nada para mí porque yo no soy cristiano.” Grande fue nuestro asombro cuando lo escuchamos decir tales palabras. Mi esposo enseguida le preguntó que por qué decía que él no era cristiano, a lo cual Dylan contestó: “no soy cristiano porque yo no soy bueno y para ser cristiano hay que ser bueno.”

Bueno…se podrán imaginar lo defraudados que nos sentimos con nosotros mismos al escuchar a nuestro hijo expresarse así. Dan, mi esposo, y yo nos dimos cuenta que no hemos estado haciendo un buen trabajo en explicarle a Dylan nuestra fe. Sin embargo, aprovechamos la oportunidad para seguir la conversación y Dan le dijo, “tú sabes que en realidad, nadie es bueno…nadie, ni siquiera uno solo. No hay nadie bueno en este mundo. Así es que si para ser cristiano tuviéramos que ser buenos, pues no habrían cristianos.”

A esto, Dylan se quedó pensativo…y sin decir nada, nos dimos cuenta que tenía una interrogante acerca de lo que acababa de escuchar, por lo que Dan siguió, “es por eso que necesitamos a Cristo…para que nos salve. Si fuéramos buenos por nosotros mismos, no necesitaríamos un Salvador. Ser cristiano significa que afirmamos y creemos que Jesús es Cristo Salvador y que por su muerte en la cruz nuestros pecados y nuestra culpa han sido borrados y pagados, y que aunque sigamos cometiendo errores, si venimos a Él arrepentidos, Él nos limpia.”

Dylan continuaba mirando con atención a su padre, cuando Dan aprovechó para preguntarle, “¿tú crees en todo esto? ¿Tú crees que Jesús murió en la cruz para salvarnos y que Él es el único que puede limpiarnos?” A esto Dylan dijo, “sí, lo creo.” “Eso quiere decir, entonces”, dijo Dan, “que sí eres cristiano!”

Reconciliación por medio de la muerte de Cristo


Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación. En él fue creado todo lo que hay en los cielos y en la tierra, todo lo visible y lo invisible; tronos, poderes, principados, o autoridades, todo fue creado por medio de él y para él. Él existía antes de todas las cosas, y por él se mantiene todo en orden. Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para tener la preeminencia en todo, porque al Padre le agradó que en él habitara toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.
Y también a ustedes, que en otro tiempo eran extranjeros y enemigos, tanto en sus pensamientos como en sus acciones, ahora los ha reconciliado completamente en su cuerpo físico, por medio de la muerte, para presentárselos a sí mismo santos, sin mancha e irreprensibles. Colosenses 1: 15-22

He aquí entonces la necesidad de tener un Salvador. ¿La reconocemos? ¿Estamos listos para decir que sí a Cristo? ¿Escuchamos su llamada a nuestra puerta? ¿Estamos dispuestos a abrírsela para que pase y nos llene de su gracia salvadora? O acaso todavía pensamos que no lo necesitamos y que estamos bien sin Él…

lunes, 29 de septiembre de 2014

La Mecedora de Mama



Es imposible para mí, meditar en cuestiones del amor y no recordar a mi querida madre. Hace ya casi quince años que partió para el cielo, pero eso no significa que no la extrañe cada día…en los más diversos momentos. Pienso en ella, por ejemplo, siempre que miro a mis hijos. Pienso en cuanto ella hubiera disfrutado de estos nietos que hubieran llenado su corazón de alegría y diversión. Pienso en ella cada vez que pierdo la paciencia (lo cual es muy a menudo) ya que ella era muy distinta a mí. En contadas ocasiones presencié a mi madre en momentos de impaciencia. Pienso en lo delicada que era en sus acciones y en sus relaciones con los demás y cuan poco de esas características yo heredé. Pienso en todo lo que aprendí de ella.

Aprendí mucho de mamá. Una de las grandes lecciones que ella me enseño fue el poder de la oración persistente. Ella fue un ejemplo de orar sin parar. Una de las memorias más claras que me quedan de cuando era una niñita es pasar por su cuarto como a eso de las tres de la tarde cada día y verla sentada en su mecedora favorita, haciendo sus lecturas bíblicas diarias. Como me duele no haberme quedado con esa mecedora…era tan especial para ella. Era su lugar de estar en silencio y contemplar.

Ella me recibió sentada en esa mecedora el día que yo llegué de sorpresa para pasar las últimas semanas de su vida con ella. Era una vieja pero muy cómoda, firme y sólida mecedora de madera y cuero. Era su lugar para pensar y meditar. Esa silla fue la testigo del tiempo que mi madre pasaba en su intimidad con Dios.

Muchos momentos serios sucedieron mientras mi madre se sentaba en esa mecedora, pero también hubo muchos momentos felices y divertidos. Hubo de todo. Desde conversaciones sobre mi decisión de aplicar a una beca que me llevaría lejos de casa, hasta discusiones sobre los planes de mi boda, toda clase de eventos transformativos se revolvieron alrededor de esa esquina.

Como desearía que ella todavía estuviera en este lado del paraíso para podr ir y sentarme en la orilla de su cama, y mirarla mecerse suavemente mientras escucha las penas, problemas y dilemas de mi corazón desbordarse ante ella. Pero esa etapa de mi vida ha clausurado. Esa página ha sido pasada. Nuestro Padre Celestial quien da y quita, me dio el regalo de una gentil, amorosa, cariñosa y amorosa madre para amarme, consolarme y apoyarme durante una estación de mi vida. Ahora es la hora de depender en Él para todo lo que necesito. No hay más grande Consejero, Médico y Consolador que Él.

Al mismo tiempo, en su eterna misericordia, Él nos da personas con quien caminar en este valle de lágrimas. Puede que no terminemos nuestro camino al lado de los mismos con los que lo comenzamos, pero Él se asegura de que no terminemos solitarios. Él siempre proporciona a alguien que nos acompañe en el camino, mientras nos da las memorias de aquellos que vinieron antes y que contribuyeron a hacernos lo que somos.





Mi madre vive en una de las mansiones del cielo ahora, donde el tiempo no importa. Desde aquí abajo yo le digo, “mama, cuanto te extraño…pero estoy bien. Nuestro Señor cuida de mí, y algún día, tal vez, podamos sentarnos juntas en un lugar tranquilo donde quizás encontremos una cómoda mecedora para conversar.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Meditaciones Sobre el Amor - Segunda Parte



Continuando con el tema de amar a los que nos rechazan, inclusive a los que nos odian, vemos que en ese momento en el que nos cuesta la vida dar el paso hacia el amor, es cuando tenemos que recordar que el amor no es un sentimiento, no es una emoción, es una Persona y es sacrificio.  También debemos recordar que si nos odian, pues lo odiaron a Él primero (Juan 15: 18) Por eso lo consideramos todo como ganancia cuando nos odian por su Santo Nombre. (Santiago 1: 2)

Esta verdad, sin embargo, no nos facilita la realidad. Amar a quienes nos rechazan sigue siendo una misión imposible. Amar a los que no nos aman no es una acción natural. Precisamente no lo es, porque el amor bíblico es supernatural. Nos llega de Él, quién es Amor. Solos, nosotros no podemos ni siquiera comenzar a entender lo que es amar. Solos, por nuestro propios medios y fortaleza, nuestro espíritu tiembla y se estremece temeroso nada más que al pensar en amar a quienes nosotros bien sabemos escupirán en nuestras caras la acidez de su odio en retorno a nuestras acciones d amor.

¡La buena noticia es que no estamos solos!

Tenemos al Todopoderoso en nuestro interior. El Espíritu Santo es el que nos da el amor que es acción y que nos mueve hacia la realización de acciones de amor, ya que el amor es acción, no solo buenas intenciones. (1 Juan 3: 11-24)

El amor no es pasivo. Tenemos que hacer nuestra parte, inclusive cuando nos sentimos sobrecogidos por el miedo. “En el amor, no hay temor” (1 Juan 4: 18).

Por consiguiente, pensemos, ¿qué acciones de amor nos indica el Espíritu Santo que debemos realizar hoy? ¿A quién estamos llamados a amar en este momento?

Aunque las distracciones de este mundo nos ensordezcan y nos hagan prestarle atención a otras cosas mundanas, El Espíritu Santo nos habla hoy. Hay siempre en nuestras vidas alguien a quién tenemos que demostrarle acciones de amor. ¿Quién es tal persona hoy?

Una vez que nos demos cuenta quién es, es necesario ponernos en oración para discernir cómo tenemos que demostrar nuestro amor a tal persona. Puede que sea algo tan sencillo como una sonrisa o un mensaje gentil. Tal vez sea una llamada telefónica. Quizás sea algo más difícil, algo que requiera ponernos en la línea de fuego, como llamar a su puerta, y estar dispuestos a pararnos afuera del umbral, con la guardia baja, en humildad, frente a una puerta que tal vez ni siquiera se abra. Tal vez sea algo que requiera exponer nuestra vulnerabilidad, muriendo un poco a nosotros mismos y a nuestro orgullo, sin importar lo poco que dicha persona se lo merezca. A lo mejor, nuestra acción de amor requiera demostrarle el perdón.

Tales actos de amor, sin embargo, solamente son posibles cuando nos hemos entregado a Nuestro Padre. Es esa entrega la que nos abre los ojos hacia la necesidad del perdón, la clase de perdón que acepta el que Cristo pagó nuestras deudas, nuestras ofensas, sin nosotros merecerlo, y por consiguiente nosotros hemos de perdonar a los que nos ofenden.

Este tipo de amor nos llena de coraje y valentía, el coraje y la valentía que nos hace deshacernos del orgullo y del miedo. Este amor es el que trae la luz en medio de las tinieblas y el que nos hace miembros de la familia de Dios. Este es el amor que nos hace un poco más como Cristo. Porque amamos ya que Él nos amó primero. Y Él nos amó tanto que murió en la cruz por nosotros, para que pudiéramos vivir ara siempre.



¡No hay temor en el amor!

jueves, 25 de septiembre de 2014

Meditaciones Sobre el Amor - Primera Parte



¿Por qué amamos?

Amamos porque Él nos amó primero. (1John 4:19)

Amamos a nuestros hermanos y hermanas porque Jesús, en su profunda respuesta a la pregunta que los fariseos le hicieron con intención de hacerlo tambalear, nos reveló el gran mandamiento que los incluye a todos:

—Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?


—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” —le respondió Jesús—. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas. Mateo 22:36-40

¿Por qué amamos a quienes no nos aman? Los amamos porque Jesús mismo nos llama a hacerlo así en su Sermón de la Montaña:


Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Mateo 5: 44

¿Cuál es el valor de amar solamente a quienes nos aman?

Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? Mateo 5: 46

Estamos, entonces, llamados a realizar la casi imposible hazaña de amar a quienes nos desprecian, a quienes nos rechazan, a quienes nos odian, a quienes nos hieren.

Pero…¿Cómo podemos lograr tal cosa?

Lo logramos, porque Dios es Amor y Él vive en nosotros en la persona del Espíritu Santo. Por lo tanto, el Amor mismo vive en nuestro interior y es Él quién nos lleva a amar. Amor, entonces, no es una emoción ni un sentimiento. Amor es Una Persona. Y esa Persona produce frutos en nosotros, siendo el amor el primero. (Gálatas 5: 22-23) Amor es el primer fruto del Espíritu y es lo que nos hace diferentes en el mundo. Es lo que nos hace hijos de Dios. Amor es compromiso y sacrificio:


Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo *unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3: 16

Tanto nos amó Dios que Él mismo se convirtió en carne en la persona de Jesucristo, para morir en la cruz por nosotros, sus amados, sus escogidos, sin que hayamos hecho nada para merecerlo. Él no murió por nosotros porque nosotros lo amáramos. Él murió por nosotros porque Él nos amó y nos continúa amando. (1 Juan 4: 10)

Él hizo su parte. Jesús hizo lo que se le había encomendado de acuerdo al plan de salvación creado por la Santísima Trinidad en su perfecta unión, Padre, Hijo y Espíritu Santo en su estado eterno. Jesús, por consiguiente, hizo su parte, aun cuando ni siquiera lo conocíamos. El hizo lo que le correspondía aun cuando lo rechazabamos. El hizo lo que tenía que hacer aun cuando le gritábamos, “¡crucifícalo!” Ahora, nos toca a nosotros. Nosotros los que profesamos nuestra fe en Cristo nuestro Salvador estamos llamados a llevar a cabo nuestra parte y amar, aun cuando aquél a quién estamos llamados a amar no quiera nuestro amor. Sin importar lo que esa persona haga o no haga, estamos encomendados a no cerrar nuestro corazón, y amarlo-a hasta el punto de nuestro propio sacrificio personal.

Puede que nos odien, pero es en ese momento en el que tenemos que recordar que lo odiaron a Él primero (Juan 15: 18) Por lo cual, tenemos que considerarlo todo como ganancia cuando nos odian por su Santo Nombre. (Santiago 1: 2)

miércoles, 24 de septiembre de 2014

¿Quién Dices Tú que es Él?



Y tú, ¿quién dices, tú que Él es?

La pregunta que todo hijo de Dios, que todo cristiano tiene que responder como base fundamental de su fe en Cristo es, precisamente, ¿quién es Jesús?

Antes de arriesgarnos a la evangelización, antes de lanzarnos de cabeza en las aguas turbulentas de una misión, antes de tratar nuestras habilidades de persuasión para atraer a otros hacia la senda de la cristiandad, nos es necesario poder contestar, ¿quién es Jesús?

Atender a su llamado es dar el primer paso hacia una vida dedicada a descubrir quién es nuestro Salvador. Explorar la identidad de Cristo es nuestra primera y más importante comisión. De nuestra respuesta dependerá nuestro servicio.

Pero, ¿cómo definir quién es Jesús?

La única forma de conocerlo es a través de su propia revelación. Nadie puede conocerlo si Él primero no se da a conocer. Él mismo nos mueve a abrir la puerta a la que Él mismo toca, para que pueda Él mismo entrar. De allí, una vez que se realiza el milagro de Cristo en nosotros, nos toca entonces iniciar el caminar que nos llevará hasta su corazón. Ese camino es únicamente posible seguirlo sin perdernos guiados por la luz del Espíritu Santo y por el Verbo mismo que es Él en la Palabra.

En el principio ya existía el *Verbo,
y el Verbo estaba con Dios,
y el Verbo era Dios.
Él estaba con Dios en el principio.
Por medio de él todas las cosas fueron creadas;
sin él, nada de lo creado llegó a existir.
En él estaba la vida,
y la vida era la luz de la *humanidad. Juan 1: 1-4

La Biblia es pues no solo la brújula que nos señala el camino, sino que es el camino mismo que es Él. Leer la Palabra se convierte en acto de comunión con Jesús, en visita entre amigos que conduce a conocerlo mejor.

Es así como desciframos nuestra respuesta, al familiarizarnos con el Cristo verdadero, reconocemos a los impostores y descubrimos al Cristo real, verdadero Dios y verdadero hombre, junto con El Espíritu, La Santísima Trinidad.

Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

—¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

Le respondieron:

—Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas.

—Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

—Tú eres el *Cristo, el Hijo del Dios viviente

Mateo 16: 13-16