jueves, 25 de septiembre de 2014

Meditaciones Sobre el Amor - Primera Parte



¿Por qué amamos?

Amamos porque Él nos amó primero. (1John 4:19)

Amamos a nuestros hermanos y hermanas porque Jesús, en su profunda respuesta a la pregunta que los fariseos le hicieron con intención de hacerlo tambalear, nos reveló el gran mandamiento que los incluye a todos:

—Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?


—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” —le respondió Jesús—. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas. Mateo 22:36-40

¿Por qué amamos a quienes no nos aman? Los amamos porque Jesús mismo nos llama a hacerlo así en su Sermón de la Montaña:


Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Mateo 5: 44

¿Cuál es el valor de amar solamente a quienes nos aman?

Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? Mateo 5: 46

Estamos, entonces, llamados a realizar la casi imposible hazaña de amar a quienes nos desprecian, a quienes nos rechazan, a quienes nos odian, a quienes nos hieren.

Pero…¿Cómo podemos lograr tal cosa?

Lo logramos, porque Dios es Amor y Él vive en nosotros en la persona del Espíritu Santo. Por lo tanto, el Amor mismo vive en nuestro interior y es Él quién nos lleva a amar. Amor, entonces, no es una emoción ni un sentimiento. Amor es Una Persona. Y esa Persona produce frutos en nosotros, siendo el amor el primero. (Gálatas 5: 22-23) Amor es el primer fruto del Espíritu y es lo que nos hace diferentes en el mundo. Es lo que nos hace hijos de Dios. Amor es compromiso y sacrificio:


Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo *unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3: 16

Tanto nos amó Dios que Él mismo se convirtió en carne en la persona de Jesucristo, para morir en la cruz por nosotros, sus amados, sus escogidos, sin que hayamos hecho nada para merecerlo. Él no murió por nosotros porque nosotros lo amáramos. Él murió por nosotros porque Él nos amó y nos continúa amando. (1 Juan 4: 10)

Él hizo su parte. Jesús hizo lo que se le había encomendado de acuerdo al plan de salvación creado por la Santísima Trinidad en su perfecta unión, Padre, Hijo y Espíritu Santo en su estado eterno. Jesús, por consiguiente, hizo su parte, aun cuando ni siquiera lo conocíamos. El hizo lo que le correspondía aun cuando lo rechazabamos. El hizo lo que tenía que hacer aun cuando le gritábamos, “¡crucifícalo!” Ahora, nos toca a nosotros. Nosotros los que profesamos nuestra fe en Cristo nuestro Salvador estamos llamados a llevar a cabo nuestra parte y amar, aun cuando aquél a quién estamos llamados a amar no quiera nuestro amor. Sin importar lo que esa persona haga o no haga, estamos encomendados a no cerrar nuestro corazón, y amarlo-a hasta el punto de nuestro propio sacrificio personal.

Puede que nos odien, pero es en ese momento en el que tenemos que recordar que lo odiaron a Él primero (Juan 15: 18) Por lo cual, tenemos que considerarlo todo como ganancia cuando nos odian por su Santo Nombre. (Santiago 1: 2)

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