lunes, 29 de septiembre de 2014

La Mecedora de Mama



Es imposible para mí, meditar en cuestiones del amor y no recordar a mi querida madre. Hace ya casi quince años que partió para el cielo, pero eso no significa que no la extrañe cada día…en los más diversos momentos. Pienso en ella, por ejemplo, siempre que miro a mis hijos. Pienso en cuanto ella hubiera disfrutado de estos nietos que hubieran llenado su corazón de alegría y diversión. Pienso en ella cada vez que pierdo la paciencia (lo cual es muy a menudo) ya que ella era muy distinta a mí. En contadas ocasiones presencié a mi madre en momentos de impaciencia. Pienso en lo delicada que era en sus acciones y en sus relaciones con los demás y cuan poco de esas características yo heredé. Pienso en todo lo que aprendí de ella.

Aprendí mucho de mamá. Una de las grandes lecciones que ella me enseño fue el poder de la oración persistente. Ella fue un ejemplo de orar sin parar. Una de las memorias más claras que me quedan de cuando era una niñita es pasar por su cuarto como a eso de las tres de la tarde cada día y verla sentada en su mecedora favorita, haciendo sus lecturas bíblicas diarias. Como me duele no haberme quedado con esa mecedora…era tan especial para ella. Era su lugar de estar en silencio y contemplar.

Ella me recibió sentada en esa mecedora el día que yo llegué de sorpresa para pasar las últimas semanas de su vida con ella. Era una vieja pero muy cómoda, firme y sólida mecedora de madera y cuero. Era su lugar para pensar y meditar. Esa silla fue la testigo del tiempo que mi madre pasaba en su intimidad con Dios.

Muchos momentos serios sucedieron mientras mi madre se sentaba en esa mecedora, pero también hubo muchos momentos felices y divertidos. Hubo de todo. Desde conversaciones sobre mi decisión de aplicar a una beca que me llevaría lejos de casa, hasta discusiones sobre los planes de mi boda, toda clase de eventos transformativos se revolvieron alrededor de esa esquina.

Como desearía que ella todavía estuviera en este lado del paraíso para podr ir y sentarme en la orilla de su cama, y mirarla mecerse suavemente mientras escucha las penas, problemas y dilemas de mi corazón desbordarse ante ella. Pero esa etapa de mi vida ha clausurado. Esa página ha sido pasada. Nuestro Padre Celestial quien da y quita, me dio el regalo de una gentil, amorosa, cariñosa y amorosa madre para amarme, consolarme y apoyarme durante una estación de mi vida. Ahora es la hora de depender en Él para todo lo que necesito. No hay más grande Consejero, Médico y Consolador que Él.

Al mismo tiempo, en su eterna misericordia, Él nos da personas con quien caminar en este valle de lágrimas. Puede que no terminemos nuestro camino al lado de los mismos con los que lo comenzamos, pero Él se asegura de que no terminemos solitarios. Él siempre proporciona a alguien que nos acompañe en el camino, mientras nos da las memorias de aquellos que vinieron antes y que contribuyeron a hacernos lo que somos.





Mi madre vive en una de las mansiones del cielo ahora, donde el tiempo no importa. Desde aquí abajo yo le digo, “mama, cuanto te extraño…pero estoy bien. Nuestro Señor cuida de mí, y algún día, tal vez, podamos sentarnos juntas en un lugar tranquilo donde quizás encontremos una cómoda mecedora para conversar.

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