viernes, 26 de septiembre de 2014
Meditaciones Sobre el Amor - Segunda Parte
Continuando con el tema de amar a los que nos rechazan, inclusive a los que nos odian, vemos que en ese momento en el que nos cuesta la vida dar el paso hacia el amor, es cuando tenemos que recordar que el amor no es un sentimiento, no es una emoción, es una Persona y es sacrificio. También debemos recordar que si nos odian, pues lo odiaron a Él primero (Juan 15: 18) Por eso lo consideramos todo como ganancia cuando nos odian por su Santo Nombre. (Santiago 1: 2)
Esta verdad, sin embargo, no nos facilita la realidad. Amar a quienes nos rechazan sigue siendo una misión imposible. Amar a los que no nos aman no es una acción natural. Precisamente no lo es, porque el amor bíblico es supernatural. Nos llega de Él, quién es Amor. Solos, nosotros no podemos ni siquiera comenzar a entender lo que es amar. Solos, por nuestro propios medios y fortaleza, nuestro espíritu tiembla y se estremece temeroso nada más que al pensar en amar a quienes nosotros bien sabemos escupirán en nuestras caras la acidez de su odio en retorno a nuestras acciones d amor.
¡La buena noticia es que no estamos solos!
Tenemos al Todopoderoso en nuestro interior. El Espíritu Santo es el que nos da el amor que es acción y que nos mueve hacia la realización de acciones de amor, ya que el amor es acción, no solo buenas intenciones. (1 Juan 3: 11-24)
El amor no es pasivo. Tenemos que hacer nuestra parte, inclusive cuando nos sentimos sobrecogidos por el miedo. “En el amor, no hay temor” (1 Juan 4: 18).
Por consiguiente, pensemos, ¿qué acciones de amor nos indica el Espíritu Santo que debemos realizar hoy? ¿A quién estamos llamados a amar en este momento?
Aunque las distracciones de este mundo nos ensordezcan y nos hagan prestarle atención a otras cosas mundanas, El Espíritu Santo nos habla hoy. Hay siempre en nuestras vidas alguien a quién tenemos que demostrarle acciones de amor. ¿Quién es tal persona hoy?
Una vez que nos demos cuenta quién es, es necesario ponernos en oración para discernir cómo tenemos que demostrar nuestro amor a tal persona. Puede que sea algo tan sencillo como una sonrisa o un mensaje gentil. Tal vez sea una llamada telefónica. Quizás sea algo más difícil, algo que requiera ponernos en la línea de fuego, como llamar a su puerta, y estar dispuestos a pararnos afuera del umbral, con la guardia baja, en humildad, frente a una puerta que tal vez ni siquiera se abra. Tal vez sea algo que requiera exponer nuestra vulnerabilidad, muriendo un poco a nosotros mismos y a nuestro orgullo, sin importar lo poco que dicha persona se lo merezca. A lo mejor, nuestra acción de amor requiera demostrarle el perdón.
Tales actos de amor, sin embargo, solamente son posibles cuando nos hemos entregado a Nuestro Padre. Es esa entrega la que nos abre los ojos hacia la necesidad del perdón, la clase de perdón que acepta el que Cristo pagó nuestras deudas, nuestras ofensas, sin nosotros merecerlo, y por consiguiente nosotros hemos de perdonar a los que nos ofenden.
Este tipo de amor nos llena de coraje y valentía, el coraje y la valentía que nos hace deshacernos del orgullo y del miedo. Este amor es el que trae la luz en medio de las tinieblas y el que nos hace miembros de la familia de Dios. Este es el amor que nos hace un poco más como Cristo. Porque amamos ya que Él nos amó primero. Y Él nos amó tanto que murió en la cruz por nosotros, para que pudiéramos vivir ara siempre.
¡No hay temor en el amor!
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